EL CARÁCTER DE
MARTINELLI ES UN PRODUCTO SOCIAL
Por Olmedo Beluche
Al escándalo de supuestas coimas pagadas por una empresa italiana al
presidente panameño, Ricardo Martinelli, se ha sumado otro escándalo cuando, en
la conferencia de prensa en la que éste daba por primera vez su versión de las
acusaciones, insultó reiteradamente al periodista Hugo Famanía, aludiendo a su
pasado como drogodependiente. Lo que fue un intento de sacar la cabeza del agua
hedionda en la que está sumergido Martinelli, terminó con su propio
hundimiento, mostrando toda la vileza de la que es capaz el señor presidente.
No hubo ningún sector social o político que no le condenara, alcanzando hasta
CNN las repercusiones de sus palabras contra el periodista.
Sin embargo, en una defensa tímida de los insultos presidenciales,
algunos sectores han pretendido que esas palabras fueron producto de su
idiosincrasia personal, de su “carácter agresivo”, siempre al ataque, que
supuestamente es lo que lo ha llevado a ser un empresario “prestigioso”.
Otros, supuestos críticos, hacen insinuaciones igual de reprochables a
las que el hizo contra Famanía, hablando de que el presidente es “bipolar”.
Tanto el alcoholismo, como la drogodependencia y la bipolaridad son
enfermedades, pero sus víctimas deben ser respetadas y no discriminadas por
serlo. Por eso repudiamos ambos tipos de insultos.
El país sabe que no es la primera vez que el Sr. Martinelli actúa de
esta manera. Acá todos hemos sido testigos de sus reiterados insultos racistas
contra los indígenas, de él y de miembros de su gobierno; de sus insultos
machistas contra la cacica Silvia Carrera, cuando en medio de la lucha contra
las minas e hidroeléctricas, la invitó a la presidencia “a tomarse unos
tragos”; de sus insultos y amenazas contra figuras opositoras, incluyendo a sus
antiguos aliados; de su compra descarada de diputados, políticos, jueces y
funcionarios; inclusive algunos sospechan que en algunos casos particulares las
amenazas pasaron a agresiones a través de esbirros o en procesos judiciales
amañados en casos puntuales.
Es evidente, entonces, que no estamos ante un hecho aislado, en el que
el presidente tuvo una “reacción no meditada” por la “presión que siente por el
caso Lavítola. No, estamos ante una política sistemática que configura un
Estado autocrático donde se busca el control absoluto del poder acallando las
voces disidente con insultos, amenazas y acciones concretas.
Ese carácter autocrático del Sr. Martinelli no le surgió en la
Presidencia, sino que le ha acompañado de siempre. Ese carácter se formó desde
la cuna, siendo hijo de un gamonal ganadero del distrito de Soná, que se hizo
terrateniente expulsando a humildes campesinos de la zona, y que provocó
múltiples conflictos agrarios en los años 60. Ese carácter de hombre
“acostumbrado a mandar” y ser obedecido, lo fue consolidando a medida que
construyó su imperio personal y su cadena de supermercados, desde la época más
dura de la dictadura de Noriega (1986).
Ese carácter de Martinelli es un producto social: expresa a una
oligarquía que no acepta compartir el poder político, ni el menor elemento de
democracia (ni siquiera burguesa), ni mucho menos compartir un céntimo de la
enorme riqueza que se embolsa cada día con el pueblo panameño. Ese carácter de
Martinelli, ni quiera es culpa de él sólo, sino que es el producto de un
régimen político corrupto, disfrazado de “democrático”, pero donde es el dinero
el que manda y compra conciencias, donde se requiere ser millonario o tener el
patrocinio de alguno para ser candidato a representante, diputado o presidente.
Ese carácter de Martinelli es el carácter de una clase social
capitalista, en una época de decadencia y crisis general del sistema, que
abarca todos los órdenes, no sólo el económico o político, sino también el
moral, configurando lo que se ha dado en llamar una “crisis de civilización”.
Martinelli no sólo tiene en común con Berlusconi el pasaporte italiano, y los
negocios, sino el carácter de una clase dispuesta a insultar, golpear,
perseguir y hacer la guerra para imponer su saqueo económico.
Pero si algo bueno se puede decir de Martinelli y su carácter, es su
transparencia, su incapacidad para mentir, su cualidad de no callarse lo que
piensa y mostrarse tal cual es. Eso sí es una característica personal en él,
porque los otros políticos burgueses han desarrollado como parte de su carácter
el cinismo y la hipocresía, su capacidad de vender envuelta en papel de regalo
toda la podredumbre que corroe al sistema capitalista, aunque en su fuero
íntimo y entre sus amigos piensan lo mismo que Martinelli.
El presidente panameño no ha inventado nada nuevo porque la corrupción
rampante, la discriminación, la persecución son parte esencial del sistema
político y económico que agobia a Panamá, a América Latina y al mundo.
Martinelli simplemente lo ha puesto en evidencia. Por ello, el problema no se
resolverá con que Martinelli visite al psicólogo o que cambiemos a este
presidente por un doctor en cinismo. Se requiere un cirugía que extirpe este
sistema político antidemocrático, corrompido y cínico.
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