viernes, 11 de mayo de 2012


EL CARÁCTER DE MARTINELLI ES UN PRODUCTO SOCIAL
Por Olmedo Beluche



Al escándalo de supuestas coimas pagadas por una empresa italiana al presidente panameño, Ricardo Martinelli, se ha sumado otro escándalo cuando, en la conferencia de prensa en la que éste daba por primera vez su versión de las acusaciones, insultó reiteradamente al periodista Hugo Famanía, aludiendo a su pasado como drogodependiente. Lo que fue un intento de sacar la cabeza del agua hedionda en la que está sumergido Martinelli, terminó con su propio hundimiento, mostrando toda la vileza de la que es capaz el señor presidente. No hubo ningún sector social o político que no le condenara, alcanzando hasta CNN las repercusiones de sus palabras contra el periodista.

Sin embargo, en una defensa tímida de los insultos presidenciales, algunos sectores han pretendido que esas palabras fueron producto de su idiosincrasia personal, de su “carácter agresivo”, siempre al ataque, que supuestamente es lo que lo ha llevado a ser un empresario “prestigioso”.

Otros, supuestos críticos, hacen insinuaciones igual de reprochables a las que el hizo contra Famanía, hablando de que el presidente es “bipolar”. Tanto el alcoholismo, como la drogodependencia y la bipolaridad son enfermedades, pero sus víctimas deben ser respetadas y no discriminadas por serlo. Por eso repudiamos ambos tipos de insultos.

El país sabe que no es la primera vez que el Sr. Martinelli actúa de esta manera. Acá todos hemos sido testigos de sus reiterados insultos racistas contra los indígenas, de él y de miembros de su gobierno; de sus insultos machistas contra la cacica Silvia Carrera, cuando en medio de la lucha contra las minas e hidroeléctricas, la invitó a la presidencia “a tomarse unos tragos”; de sus insultos y amenazas contra figuras opositoras, incluyendo a sus antiguos aliados; de su compra descarada de diputados, políticos, jueces y funcionarios; inclusive algunos sospechan que en algunos casos particulares las amenazas pasaron a agresiones a través de esbirros o en procesos judiciales amañados en casos puntuales.

Es evidente, entonces, que no estamos ante un hecho aislado, en el que el presidente tuvo una “reacción no meditada” por la “presión que siente por el caso Lavítola. No, estamos ante una política sistemática que configura un Estado autocrático donde se busca el control absoluto del poder acallando las voces disidente con insultos, amenazas y acciones concretas.

Ese carácter autocrático del Sr. Martinelli no le surgió en la Presidencia, sino que le ha acompañado de siempre. Ese carácter se formó desde la cuna, siendo hijo de un gamonal ganadero del distrito de Soná, que se hizo terrateniente expulsando a humildes campesinos de la zona, y que provocó múltiples conflictos agrarios en los años 60. Ese carácter de hombre “acostumbrado a mandar” y ser obedecido, lo fue consolidando a medida que construyó su imperio personal y su cadena de supermercados, desde la época más dura de la dictadura de Noriega (1986).

 Ese carácter de Martinelli es un producto social: expresa a una oligarquía que no acepta compartir el poder político, ni el menor elemento de democracia (ni siquiera burguesa), ni mucho menos compartir un céntimo de la enorme riqueza que se embolsa cada día con el pueblo panameño. Ese carácter de Martinelli, ni quiera es culpa de él sólo, sino que es el producto de un régimen político corrupto, disfrazado de “democrático”, pero donde es el dinero el que manda y compra conciencias, donde se requiere ser millonario o tener el patrocinio de alguno para ser candidato a representante, diputado o presidente.

Ese carácter de Martinelli es el carácter de una clase social capitalista, en una época de decadencia y crisis general del sistema, que abarca todos los órdenes, no sólo el económico o político, sino también el moral, configurando lo que se ha dado en llamar una “crisis de civilización”. Martinelli no sólo tiene en común con Berlusconi el pasaporte italiano, y los negocios, sino el carácter de una clase dispuesta a insultar, golpear, perseguir y hacer la guerra para imponer su saqueo económico.

Pero si algo bueno se puede decir de Martinelli y su carácter, es su transparencia, su incapacidad para mentir, su cualidad de no callarse lo que piensa y mostrarse tal cual es. Eso sí es una característica personal en él, porque los otros políticos burgueses han desarrollado como parte de su carácter el cinismo y la hipocresía, su capacidad de vender envuelta en papel de regalo toda la podredumbre que corroe al sistema capitalista, aunque en su fuero íntimo y entre sus amigos piensan lo mismo que Martinelli.

El presidente panameño no ha inventado nada nuevo porque la corrupción rampante, la discriminación, la persecución son parte esencial del sistema político y económico que agobia a Panamá, a América Latina y al mundo. Martinelli simplemente lo ha puesto en evidencia. Por ello, el problema no se resolverá con que Martinelli visite al psicólogo o que cambiemos a este presidente por un doctor en cinismo. Se requiere un cirugía que extirpe este sistema político antidemocrático, corrompido y cínico.

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